jueves, 26 de junio de 2003

Molina fue la primera persona que conocí aquí. Tal vez sea por eso que le tengo un aprecio especial. Tan enérgico, su aspecto robusto no parece concordar con la delicadeza de su pensamiento. Se marchó esta mañana sin decir nada. Al despertar, he visto sus libros desparramados por el agua, apenas he podido recuperar unos cuantos. Hacía tiempo que no sentía tal impotencia.

Entre los papeles y notas que he logrado rescatar estaba esta postal. Nunca me dijo claramente lo que representaba. Quizás una de esas expediciones de las que siempre hablaba. Molina, siempre anclado en el pasado, en los tiempos mejores. No creo que volvamos a vernos. Vive fuera de él, siempre es distinto, nunca el mismo. Al ritmo de un cambio de acto, se desplaza y su movimiento modifica el paisaje. Capaz de convertir cada cota en máscara de carnaval, crea a su paso una geografía del sentimiento que conmueve, expía, canaliza. Conoce su recorrido letra por letra, no improvisa si no se lo exige su guión. Él es la mentira, la quimera y el reflejo de todo aquel que se detenga a observarlo.

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